martes, 29 de abril de 2008

Pasados

ACTO ÚNICO:

Escritorio de un aula de clases en una casa de estudios universal. Paredes blancas son lo único destacable, además de una pantalla para la proyección de películas. El sol empieza a ocultarse. Se oyen los pasos salientes de un grupo de estudiantes. Aparecen Huayhuaca y un estudiante de aspecto terrible, alumno del primero. Ambos como únicos personajes.


Estudiante de aspecto horrible: Disculpe, profesor, tengo una consulta: ¿usted dirigió uno de los cortos que componían "Cuentos inmorales"?

Huayhuaca: Ufff... eso fue hace siglos, pero sí, yo fui. No recuerdo el título, pero no es....

Estudiante de aspecto horrible: ¿Y cuál fue? ¿La del vendedor, la de los amigos?

Huayhuaca: No, no fueron esas; fue una de mujeres, no recuerdo muy bien.

Estudiante de aspecto horrible: Yo la vi hace mucho tiempo, cuando era casi un niño...

Huayhuaca: Sí, la hice hace mucho tiempo

Estudiante de aspecto horrible: ¿Y sabe si está aquí?

Huayhuaca: Sí, creo que sí está; pero, la verdad, no creo que sea muy favorable.

(El estudiante sonrie; Huayhuaca guarda sus papeles en un portafolios. Sale el estudiante, dejando al profesor en el aula)


TELÓN


domingo, 27 de abril de 2008

II

Ese día terminaba ya mi labor diaria; tras una jornada extenuante y una discusión con los compañeros de trabajo, me dirigía a casa, a mi descanso. Me disponía a abordar el bus de las seis de la tarde. Aún faltaban veinticuatro minutos antes de las seis, así que decidí ir, primero, a comprar unos cigarrillos.

La tienda se encontraba a cien metros de la estación. Cuando llegué, el local estaba abarrotado de gente; tuve que esperar a que llegara mi turno. Para cuando salí del lugar me di con la sorpresa de que tan sólo faltaban seis minutos para la llegada del bus a la estación; entonces, apresuré el paso, casi hasta correr. Llegué a la estación, pero el vehículo ya partía. Enfurecido, enjugué el sudor de mi frente y mis mejillas, y, sentándome en una de las bancas de espera, encendí un cigarrillo. Tendría que esperar el bus de las seis con cuarenta, no tenía otra opción. Mi día parecía empeorar.

Al principio creí estar solo en toda la amplitud del lugar, lo que me hizo pensar y maldecir esos momentos, esa hora, ese día, ¡odié todo el tiempo! Estaba tan enfadado que, sumido en mis furias, no di cuenta de la presencia de una joven sentada unos cuantos metros más allá, a mi izquierda. Me ruboricé del sólo pensar que aquella muchacha había presenciado mi infortunada rabieta. Me calmé (o al menos traté de hacerlo; ya no lo recuerdo bien). Me di cuenta de que, para bien (ya no lo veo de esa forma), la muchacha no me miraba, estaba inmersa en sus propios pensamientos. Por alguna razón que desconozco, me dediqué a observarla minuciosamente: cualquier descripción suya sería insuficiente e impertinente, pues sólo puedo decir que era bellísima, de belleza tal que las palabras no alcanzan a expresar la artística hermosura de su rostro ni la cuidadosamente delineada figura de su cuerpo. ¡Son tan pocas las veces que el hombre puede apreciar tanta belleza natural!

Llegaba el bus de las seis con treinta y lo abordé aunque no era el que yo esperaba: lo abordé porque la muchacha lo hizo y porque yo no podía dejarla ir, resignándome a no verla nunca más. No, eso no lo permitiría.

El bus estaba lleno, mas ella alcanzó un asiento hacia el fondo. Decidí dirigirme también hacia allá: viajaría de pie, sí, pero estaría cerca de ella. A dónde se dirigía el bus era algo que yo ignoraba, no me importaba en lo absoluto; yo estaba cerca de ella y eso me bastaba. Todos en sus asuntos, yo amándola y ella... ella estaba triste.

Ya me había dado cuenta de ello en la estación, pero en ese momento, mientras el bus seguía su marcha, sentí que su tristeza se agudizaba. Nunca pensé que en el rostro más bello podría gobernar la pena más profunda. Su delicado rostro daba hacia la ventana, su mirada se perdía entre la ciudad que quedaba atrás y la brisa que la envolvía. ¿Qué estaría pasando en sus recuerdos como para ahogarla en expresión tan lúgubre? Sentí impotencia, rabia, pena, porque no podía hacer nada para aliviar sus emociones. Por momentos pensé en decirle algo. Que ya no sufriera, que sonriera, que deje atrás esos padecimientos y que viviera ahora, conmigo. Pero el brotar de una lágrima y su viaje por la lozanía celestial de su mejilla, refrenó mis impulsos; pasmado, enmudecí mi conciencia. No podría ayudarla, ni aunque quisiera.

Recordé las lágrimas de la Virgen por el hijo muerto, a Julieta tras su frustrado plan, a Hamlet y a su madre tendidos en el suelo de un castillo, las lágrimas de mi madre enferma, los ocasos de septiembre, mi padre abandonándome, un revólver, una alondra con el ala destrozada, un niño hambriento y yaciente en la plaza de la ciudad de L. ¡Tantas cosas que, inexplicablemente, ahora puedo recordar! Las recordaba mientras la observaba interrumpidamente hasta que, en un momento glorioso, ella se levantó de su asiento y, antes de partir para siempre, alzó su mirada y la fijó en mis ojos. No supe qué hacer, mas no fue necesario hacer cosa alguna: su mirada se enterneció y en sus labios se dibujó una sonrisa leve y que guardo celosamente en mi espíritu. Fuimos uno y lo seríamos por siempre.

Cuando bajó del bus, cuando dejó mi vida, yo me senté en el asiento que ella había dejado libre. Estando en su lugar sentí, de una manera extraña, todo el caos que reinó en sus cavilaciones; incluso osé pensar que había descubierto la causa de su vórtice interior. Pero di cuenta de que nada, ni lo más divino y sagrado, podría imaginar lo que ella padecía en su corazón; y de algún modo me sentí ella, me sentí su alma desesperada, me sentí eterno.

He pasado sesenta años en su búsqueda, pensando sin cesar en ese día; he visto todo y lo he dejado todo por alcanzar su humanidad. Quiero seguir buscándola, pero el Tiempo me es insuficiente: veo ya una luz pura que me pide acudir a su llamado. Quizá no tenga que buscar más.