martes, 4 de noviembre de 2008

III

La situación obligaba a que uno se sentara al lado del otro. Un asiento desastrozo, pero libre, fue causa de la proximidad en que se encontraban los cuerpos. Interrumpió su lectura y alzó la mirada débil; contempló la joven figura que se acercaba a su lado derecho. La mirada intrusa lo perturbó, haciéndole volver los ojos a los desastres que llamaban palabras. Ya establecidos, sintió cómo la joven acomodaba su falda de tal manera que se cubrieran sus piernas delicadas; las miradas de las bestias circundantes la hacían sentir amenazada y divina. Un sobresalto del móvil hizo que el hombre se perdiera entre las letras de los documentos; no importaba, de todos modos ya no era su intención la de seguir leyendo.

Por un momento pensó en el Destino del que siempre había dudado. Y es que no se le ocurrió jamás un momento como este, el de ahora. Bien. Ya no importaba la causa primera de esta experiencia. Había ya que disfrutar el momento.

En principio, no haría nada. Sólo dejaría que los vaivenes del móvil permitieran la colisión de ambos. Pero empezó a divagar. La juventud que ahora estaba perdida, regresaba repentinamente mediante la figura fulminante de esta anónima jovencita. Su falso pudor no le permitió dar libremente una vuelta más a su cabeza, por ello sólo tornó los ojos al máximo hasta fijarlos imperfectamente en las mejillas de la muchacha. La mirada torpe pudo admirar los ojos de la niña distraída. Su juventud era una salida refrescante. Necesitaba una salida, aunque nunca supo de manera precisa qué era aquello de lo que quería escapar. Sólo habían puertas. Pero esta era la más grande.

Al fin. Un sobresalto hizo que el brazo de la joven rozara el suyo. Sí, sintió que ese diminuto cuerpo deseaba poseerlo de alguna manera extraña. Su anatomía gastada, ya casi moribunda, se sintió deseada, acaso por última vez. Creció su vigor, y sus pensamientos oscilantes entre lo turbio y lo romántico se enlazaban con la esperanza de lograr una pequeña aventura. Sí, tal vez aún no estaba todo perdido. Pero todos sus razonamientos se desmoronaron al escuchar un "discúlpeme" que salía de los labios de la joven. Era señal de desencantamiento. Sintió como si las sílabas tan bien pronunciadas por
esa muchacha denotaran asco ante su senil presencia, como si la presencia de ese viejo enfermizo provocara las ganas de la muchacha por salir de allí de inmediato, como si su condición de hombre hubiera sido desvalorada hasta límites insondables, como si... como si...

Tras ese viaje monstruoso, decidió y, más bien, comprendió que ya todo había sido dicho. Ya no necesitaba de ese trabajo agotador para satisfacer necesidades ajenas (¡el mundo sabría cuidarse solo!), ni de sus paseos absurdos para dar cuenta ante nadie -pero ante todos- de su aún persistente existencia. No, ya nada sería necesario. Sólo llegó a su casa, y pensó que ciertas cosas tenían que ser relatadas. No para ese resto que jamás se interesó por él, sino que tenía que rendir cuentas ante su propio tribunal acerca de su aventura infame. Subió a su viejo estudio, tomó una hoja y una pluma algo muerta. Escribió estas líneas que pretendió anónimas; líneas que, aunque sin valor alguno, sobrevivirían un poco más que su propio autor.



2 comentarios:

El Shulca dijo...

Nuevamente recibes a tu lectores con una grata sorpresa. Me ha gustado la forma cómo has revitalizado con unas cuantas pinceladas este viejo tópico de nuestra tradición literaria en la que un hombre mayor intenta (en este caso de manera frustrada) recuperar su juventud perdida gracias al amor de una joven. El giro final es bueno porque juegas con el lector, pero no haces de ese artificio el corazón del relato. En fin, me reafirmo en decir que siempre le pones un toque de prosa poética a tu voz narrativa: algo que envidio sanamente a pesar de que Sprite diga que eso no puede ser. ¡Sigue así!

Anónimo dijo...

A quien no le haya sucedido lo narrado en el tercer párrafo no es que no le haya sucedido es que nunca se dio cuenta pensando en que cosas tal vez; " las miradas de las bestias circundantes la hacían sentir amenazada y divina.".