lunes, 15 de febrero de 2010

IV




Je est un autre
A. Rimbaud


Es la tarde y, sin embargo... Es ya tarde; no hay estrellas en el gris de las nubes. Todo está muy quieto, muy callado. Extrañado, me doy cuenta de que guardo todavía un poco de esperanza. ¿Y es realmente esperanza? ¿No es acaso una absurda obstinación para con un imposible? ¿No es acaso una enfermedad, una aberración? No vendrá. No.

Atrás ha quedado mi antiguo andar en el mundo, mi manera de vivir. Atrás quedaron también los pocos que me rodeaban, y la familia restante. Y atrás también quedé yo mismo. ¡Qué increíble me es todo esto! ¿Dónde quedó el intelectual descreído, que tantas veces exaltó su seguridad respecto de lo que era la vida, apreciada con severa objetividad? ¿Dónde el rechazo de los sentimentalismos exacerbados? ¿Dónde mi autosuficiencia, mi extraño solipsismo?

Una mirada puede trastornarlo todo. Una vez, un materialista casi empedernido; ahora, un miserable que sospecha del alma, de su existencia. Porque es el alma aquello que, casi satisfactoriamente, explica el regocijo interno (una sensación que ahora creo va más allá de ciertos procesos físicos y cerebrales) que experimento al recordar mis pocos y breves encuentros con Antonella. ¡Cómo se embelesa mi vida, cómo los objetos emanan un fulgor extraordinario cuando sus ojos se posan sobre los míos y me habla con aquella voz tan suave y armoniosa! ¡Cómo su presencia me significa la superación de toda tragedia! ¡Cómo la amo en esos instantes!

Es ya tarde, tal vez muy tarde.

Antonella no vendrá. No tiene por qué venir. ¿En qué estaba pensando al creer que vendría? ¡Infeliz! ¡Qué débil me siento, cuán patético! Amar a Antonella es casi una maldición que se vive y se sufre con resignación.

¡Qué estúpido es todo esto! ¿Resignación? ¡Cuán no yo soy ahora! Y lo más horrendo es que tal vez ahora sea realmente yo.

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Finalmente entiendo. Finalmente me he encontrado. Ahora debo regresar. Sólo queda esperar en silencio, sin exigir nada. No falta mucho para terminar mi camino, pero cuán lejos me parece estar el fin de todo. Regreso a mis estancias, que ya no lo son; regreso..., ¿a qué? ¿Adónde he de regresar? Todo ha quedado atrás. Aunque desde distancias inconmensurables, es Antonella la única a quien puedo ver frente a mí -su imagen tan bella, tan ideal, tan simple. Sólo ella puede estar entre el final y yo. ¡Qué solo se está en el mundo y qué lento el andar del tiempo!















4 comentarios:

Anónimo dijo...

Bellisimo y tragico... que bueno leer cosas asi de vez en cuando

laespinaroma@gmail.com dijo...

Indagando acerca de la conocida maldición que sobre Baruch Spinoza echó la sinagoga de Amsterdam en 1656 encontré que la misma sinagoga había expulsado dos meses antes al rabino Simón Kagan por impiedad. La maldición de Kagan es casi tan terrible como la que se echaría sobre Spinoza, pero, a diferencia del filósofo, no hallé noticias del juicio. Encontré, sí, en la Rotterdam Gazzette, editada por la Bibloteca de Occidente, en Sevilla, una plegaria de la época firmada por él o por alguien de su mismo nombre. Aun sabiendo que Kagan es uno de los apellidos más comunes entre los judíos europeos, presumo no sólo que le pertenece sino, además, que pudo haber sido el núcleo del juicio y de la expulsión.




Altísimo Jehová
eterno y sapientísimo,
escúchame.

Cantos de alabanza
entono a tu poder y a tu gloria
alta e inalcanzable.

Cantos de alabanza
elevan para Ti procesiones de vírgenes
y con ellas los peces y los pájaros.

Tu poder y tu gloria, Elhoim,
son inconmovibles.

Nada puede afectarte.
De nada necesitas

perfección absoluta.

Si quisieras,
oirías este canto de alabanza
pero
en tu inmóvil poder
¿por qué habrías de moverte
hacia mi ?

Soy yo, siervo humilde,
quien acude en tu búsqueda.
Soy yo quien te requiere
a ti
que no me necesitas.

Soy yo quien se inclina a tu poder,
a tu altísimo poder
que no me necesita,
que no sabe de mi,
que no me oye.

Pues si me oyeras
ya serías imperfecto
al permitir que mi voz repulsiva
te toque.

Tú tienes todo el ser.
Tuyo es el poder y la gloria.

Ni la hierba silvestre tiene ser,
ni lo tiene las espigas de trigo,
ni los nobles ancianos que se inclinan
mansos sobre tus libros,
pues tú lo tienes todo en tu gloria.

Todo el ser.
Pues
¿cómo podría mi repulsivo ser
ser también al lado de tu ser?.

Yo soy en tí;
y en mí mismo
¿qué soy?

Si tú eres,
Yahvé,
yo no soy ni siquiera
esta miseria que se postra a tus pies.

Y mi mujer
y mis hijos pequeños
y el cielo y las higueras
y el aire y mis mañanas
no serían
si tú eres.

¿Debo elegir,
Altísimo,
entre tu ser único
y el ser de mis pequeños?

¿Puedo elegir?
¿Me obligas a elegir?

Si tú eres
no soy.

O tú o yo.



...soy.



Soy,
Señor Mío y Dios Mío,
Soy,
avergonzadamente,
ignominiosamente,
soy.

freddysosa.blogspot.com

Svidrigailov dijo...

En muchos momentos, la plegaria recuerda al dios como si se tratase del dios aristotélico. Pero no... no se agota en la imperturbabilidad de tal motor.

L dijo...

vv ygy fy tyf yggytfvy bghgcrsqthtf