miércoles, 20 de febrero de 2008

Presagio

La clase de Economía había finalizado; ahora esperaba contento la clase de Filosofía. Eran las nueve de la mañana. Estaba contento porque ese día se hablaría de un tema que, de una u otra forma, causaría revuelo en los ochenta alumnos que estábamos allí, soportando el dolor que suponía estar sentados en esas bancas de madera. Ese día se hablaría del Marxismo.

La clase de Filosofía duraba una hora; el profesor llevaba diez minutos de retraso. A los doce minutos aproximadamente, llegó e ingresó al aula. Vestía su clásica chompa color café, pantalones marrones y zapatos de un color muy oscuro, parecido al negro; su corte de cabello era preciso para el semblante un tanto hosco que llevaba en esos momentos. Sacó de su bolsillo una destrozada caja de tizas y empezó a escribir en el pizarrón.

Yo no era marxista; tampoco lo soy ahora. Sin embargo, simpatizaba con una u otra idea debido, quizá, a mi anterior apego falsificado hacia el anarquismo, pues de anarqusimo no conocí nada (aunque mi adolescencia ilusa haya creído que sí) sino hasta un tiempo después; pero no era eso lo fundamental para mi curiosidad naciente. De ese modo, no era por una cuestión de mis ideas por lo que desde hace tanto esperaba esa clase. Mi interés nació porque la tendencia ideológica de -si no todos- la mayoría de docentes de la institución en la que estudiaba, se inclinaba a las ideas de Marx, Lenin, Mao, incluso a las de Guzmán en algunos casos. Sabía de antemano que este profesor de Filosofía no haría una clase vulgar acerca de las ideas marxistas, es decir, haciendo una descripción general del cuerpo ideológico para, luego de esta explicación, pasar a defender el por qué no se debe simpatizar con Marx (ni con sus derivados) y, a continuación, narrar las "terribles" consecuencias que sus postulados causaron. No, él no hablaría de esa forma. De eso estaba seguro.

- A ver, alumnos. Escuchen.

El bullicio dominante en el salón fue apaciguándose desde adelante hacia atrás. Uno a uno fueron callando las barbaridades que se gritaban desde una carpeta hacia otra. Se callaban, sí; pero no preveían lo que, instantes después, habrían de escuchar.

En primer lugar, el profesor aclaró que dicha doctrina poseía un carácter de clase y transformador, es decir, era clasista; por ello, buscaba eliminar cualquier otra clase social que no sea la clase obrera, el proletariado. Luego pasó a esbozar las fuentes y partes del marxismo: el materialsmo dialéctico era producto de la dialéctica de Hegel y el materialismo de Feuerbach; la economía marxista provenía de la economía política inglesa, específicamente, de los postulados de Adam Smith ("trabajo como fuente de riqueza"); el socialismo científico era una realización del socialismo utópico de Saint Simon, quien promulgaba una "nueva sociedad moral". El enfoque científico de la historia, la tesis de la plusvalía como consecuencia de la enajenación y la alienación, la tesis de la lucha de clases, fueron relevantes para el explayamiento (otro invento mío) de las ideas del profesor. Resalto ahora lo más crucial de su discurso.


<< Ahora se habla de partidos de izquierda, socialistas; pero no son más que pura basura. Esos partidos son un engaño, de socialismo no tienen nada. ¿Acaso creen que un verdadero socialista, un marxista va a conseguir su triunfo participando en esta política capitalista y elitista; creen que los apristas son socialistas de verdad tan sólo porque ellos lo dicen? No, señores. Así no funcionan las cosas para el marxismo. La única forma de triunfar es por la fuerza, eliminado toda la basura establecida, para establecer una sociedad nueva, donde, trabajando todos por igual, prosperaremos.

>> Se va derramar sangre, jóvenes. Eso sí. No ocurrirá hoy ni mañana, pero ya se acerca el día en que el marxismo triunfará en la sociedad: todos deben estar preparados. Y a todos ustedes, los que van a estudiar para ser empresarios, gerentes, aquellos que buscan carreras de lucro: prepárense... ¡ay de ustedes, el marxismo los buscará y eliminará como ratas! No van a escapar.

>> Pero es, pues, todo por un futuro mejor. A ver, díganme: ¿Quién mató a la vieja en Crimen y castigo?, ¿Jean Valjean o Rodión Raskólnikov? Pues Rodión Raskólnikov, ¿no es así? La clase baja, ¿no es cierto? Y es que es así, muchachos: el obrero va aniquilar a todos esos ricos porque no son más que gusanos, sanguijuelas, bichos, parásitos de esta sociedad.>>







El presente "artículo" (o como lo quieran llamar) está aún en elaboración; por lo tanto, el final lo publicaré en unos días, cuando dicho final logre gustarme (estos nuevos párrafos agregados no son del todo de mi agrado, pero creo que redactados de esta manera es suficiente). Espero que me agrade pronto, pues, hasta ahora, mi empresa es fallida.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Líneas

Hace una semana estuve paseando por las calles olvidadas de Lima céntrica y, mirando tienda tras tienda, llegué a un lugar que frecuentaba mucho cuando tenía 14 ó 15 años: el Boulevard de la cultura, en el jirón Quilca. En otra ocasión daré mi opinión sobre este viejo rincón catalogado como "contracultural".

Entré y empecé a recorrer cada puesto de libros, de música, de ropa, como andando sin fin alguno, hasta que me encontré con la Proveedora. Yo no me había percatado de su presencia: me pareció verla, pero no estuve seguro y seguí mi camino inerte. Pero ella sí me vio. Y no tuvo mejor idea que llamarme. Confundido, hice caso a su llamado y me adentré en su tienda de 1 por 1m. Obviamente me llamó con el fin de persuadirme y comprarle uno de los libros que vendía (por cierto, tiene muchos libros interesantes; rarezas incluídas), con la esperanza de que las cosas se repetirían como la vez en que le compré "La rebelión de las masas". Entonces husmeé en su mercancia y encontré "El extranjero"; le pregunté cuál era su costo y dejé el libro en su lugar cuando me respondió con una cifra que en ese momento no podía pagar.

- ¿Tiene algo de Dostoievski?

La Proveedora se alejó a otro lugar para buscar mi pedido, especificándole previamente que no quería obras como "Crimen y castigo" o "El jugador", sino las menos comunes, las que no podría encontrar en la feria de libros del jirón Amazonas. Durante su ausencia me adentré un poco más en su aposento (había veces en que la Proveedora se quedaba a dormir allí) y revisé los libros que no estaban en exposición abierta -aquellos que estaban, por decirlo de algún modo, en el almacén-. Había libros de Freud, Tolstoi, Cervantes, Borges... encontré a Dostoievski. Para sorpresa mía era una de sus obras menos divulgadas en las librerías ambulantes de la ciudad: "Apuntes del subsuelo".

- No, joven. No tengo.

Me apresuré, emocionado, a pagarle las 12 monedas correspondientes al libro que encontré, la Proveedora sumergió mi compra en una bolsa y me alejé, dándole mis mil gracias. En el camino de regreso a casa pensé que sería bueno abrirlo de una buena vez, pero, respetando la emoción del momento, decidí no abrirlo hasta llegar a la privacidad de mi habitación.

Al fin, luego de casi una hora de viaje, llegué a mi cubil y, con gran avidez, quité el plástico que cubría mi nuevo libro. ¡Qué cosas tan inesperadas pueden sucedernos cuando la emoción nos invade! Resulta que, debido a la emoción y al no querer abrir lo adquirido, no revisé, pues, los adentros del libro. ¡Qué desilusión me encadenó al notar que muchas frases de la obra estaban subrayadas! Peor aún: en la hoja de respeto se había estampado un sello con el nombre Alfonso Gómez, ingeniero. Quizá no me hubiera exaltado tanto si lo subrayado se hubiera realizado con lápiz, ¡pero no! Se había profanado el libro con tinta líquida de color negro.

Entonces, luego de narrar esta experiencia un tanto desagradable, expreso mi "queja". El subrayar textos, a mi parecer, es una técnica que puede ayudarnos con el estudio, recordarnos cosas que captaron nuestro interés; pero esta práctica se debe hacer siempre y cuando lo subrayado lo conservemos para siempre. No es justo que, luego de algún tiempo, ofrezcamos a la venta aquello que ya hemos subrayado; incluso me permito decir que ello es una falta de respeto para con el lector que, en un futuro, se encontrará con estas líneas. Hay otras formas de capturar esas frases, como, por ejemplo, apuntarlas en un papel aparte como Harry Haller, según nos cuenta Hesse en "El lobo estepario".

Felizmente, "Apuntes del subsuelo" es una obra interesantísima y, a pesar de las desagradables rayas extra que contiene, puedo disfrutar una y otra vez de su lectura. Entonces, la moraleja es: "Si subrayas tu libro, ¡no lo vendas!". Ojalá pueda hablar uno de estos días sobre mis impresiones al respecto de esta magnífica (hasta ahora) obra.