miércoles, 31 de diciembre de 2008

Ley contra el cristianismo (*)


Dada en el día de la salvación, en el día primero del año uno (-el 30 de septiembre de 1888 de la falsa cronología)

Guerra a muerte contra el vicio:
el vicio es el cristianismo


Artículo primero.-Viciosa es toda especie de contranaturaleza. La especie más viciosa de hombre es el sacerdote: él enseña la contranaturaleza. Contra el sacerdote no se tienen razones, se tiene el presidio.
Artículo segundo.-Toda participación en un servicio divino es un atentado a la moralidad pública. Se será más duro contra los protestantes que contra los católicos, más duro contra los protestantes liberales que contra los protestantes ortodoxos. Lo que hay de criminal en el ser-cristiano crece en la medida en que uno se aproxima a la ciencia. El criminal de los criminales es, por consiguiente, el filósofo.
Artículo tercero.-El lugar maldito en que el cristianismo ha envocado sus huevos de basilisco será arrasado, y, como lugar infame de la tierra, constituirá el terror de toda la posteridad. En él se criarán serpientes venenosas.
Artículo cuarto.-La predicación de la castidad es una incitación pública a la contranaturaleza. Todo desprecio de la vida sexual, toda impurificación de la misma con el concepto "impuro" es el auténtico pecado contra el espíritu santo de la vida.
Artículo quinto.-Comer en la misma mesa con un sacerdote le hace quedar a uno expulsado: con ello uno se excomulga a sí mismo de la sociedad honesta. El sacerdote es nuestro chandala, -se lo proscribirá, se lo hará morir de hambre, se lo echará a toda especie de desierto.
Artículo sexto.-A la historia "sagrada" se la llamará con el nombre de historia maldita; las palabras "Dios", "salvador", "redentor", "santo", se las empleará como insultos, como divisas para los criminales.
Artículo séptimo.-El resto se sigue de aquí.

El Anticristo




(*) Extraído de Friedrich Nietzsche, "El Anticristo. Maldición sobre el cristianismo". Introducción, traducción y notas de Andrés Sánchez Pascual. Madrid: Alianza Editorial, 1993.




martes, 16 de diciembre de 2008

Ensayo sobre Hegel

Algunas personas nos sentimos exaltadas, emocionadas, debido a la cercanía de las fiestas próximas; y no necesariamente por un sentimiento cristiano. La exaltación es tal que uno se deja envolver por la osadía, de manera que, por ejemplo, no le importa hablar u opinar sobre temas de los que no se está bien informado. Así, mi osadía (además, el hecho de no tener algo nuevo que publicar) me empuja a dejar aquí un ensayo que realicé para mi clase sobre Filosofía moderna. Como ya se habrá dado usted cuenta, el ensayo es sobre Hegel; permítaseme unas acotaciones previas. No trato sobre toda la obra de Hegel sino sobre dos o tres conceptos que persisten en el desarrollo de su pensamiento; esto no quiere decir que mi explicación sobre esos conceptos sea necesariamente correcta; me atengo a lo aprendido en clase. Por otro lado, quienes ya hayan leído a Hegel -además de ser totalmente libres para reprocharme la presente insolencia- seguramente esperan los términos "en-sí", "para-sí", "en-sí-para-sí"; quienes hayan leído a Marx -quien usa conceptos hegelianos, pero denominándolos de manera distinta- seguramente esperan los términos "tesis", "antítesis", "síntesis". Yo me remito a los términos que utiliza el propio Hegel. Por último, dejo en claro que no soy adepto del sistema hegeliano, aunque reconozco algunos aportes valiosos que dejó para la Filosofía -no entraré en detalles. Dicho lo anterior, reproduzco fielmente este ensayo que, al menos, me valió una calificación favorable, aunque no perfecta.

El sistema que G. W. F. Hegel (1770-1831) pretende fundamentar como “método” para la obtención del conocimiento verdadero, absoluto, es vasto y complejo. A esto ha de sumarse el lenguaje un tanto confuso y oscuro que utiliza para la exposición de su pensamiento. Presenta este sistema, a su vez, una serie de conceptos que resultan fundamentales para la comprensión correcta de la filosofía que Hegel ha concebido. Suele decirse que la “Fenomenología del Espíritu” (1807) es una suerte de “introducción” (acaso por ser la primera obra importante que escribió) al pensamiento hegeliano, pues en su contenido se encuentra gran parte de los conceptos que Hegel utilizará para estructurar su filosofía; entre estos conceptos, importantes son la “Conciencia natural” y la “Negatividad”, términos que tratarán de explicarse en las siguientes líneas.

La conciencia natural es el primer momento de la conciencia en su camino hacia el Absoluto. Es la conciencia más simple entre los momentos que constituyen el camino dialéctico hacia la conciencia absoluta. Se le denomina también con términos (usados por el mismo Hegel) como “conciencia sensible” o “ser-ahí” (término que, posteriormente, retomará Heidegger en su “Ser y tiempo”). La conciencia natural es una percepción fenoménica, es decir, un “darse cuenta” del objeto como fenómeno, de manera limitada, unilateral, abstracta; la percepción del objeto es limitada porque sólo podemos percibir un aspecto del mismo, un aspecto que es la forma tal como el objeto aparece –como fenómeno- ante nosotros. Asimismo, la conciencia natural constituye el darse cuenta la conciencia de sí misma pero aislada del exterior, sólo es capaz de reconocerse a sí misma. Por lo tanto, en la conciencia natural el conocimiento sólo puede darse parcialmente. Sin embargo, la conciencia natural es la base sobre la cual se desarrollará el movimiento dialéctico hasta llegar al momento del Absoluto: la conciencia natural comprende el momento del en-sí, el cual pasará, al reconocer la conciencia sus contradicciones, hacia un para-sí (o salida del en-sí de la conciencia hacia su exterior –tratando de ser reconocida por otra conciencia, que también pretende ser reconocida por encontrarse en la misma situación que la primera) y luego, finalmente, hacia el en-sí-para-sí, el cual constituye el regreso de la conciencia desde el exterior a su en-sí, el cual ha sido sintetizado con los aspectos positivos del para-sí. Tal es la importancia de la conciencia natural para el proceso dialéctico que llevará al Absoluto, pues da origen a una antítesis que la niega y que trabaja en sus contradicciones, de tal manera que luego pueda realizarse la síntesis del en-sí y del para-sí en el momento del Absoluto.

Para avanzar en los niveles de la conciencia, tenemos que permitir la contradicción de la conciencia natural, es decir, permitir el surgimiento de una antítesis, la cual, al ser superada (pero no obviada), permitirá llegar al saber absoluto. Lo verdadero, lo Absoluto, está al final del proceso dialéctico, al final del sistema que Hegel pretende mostrarnos; y lo verdadero es complejo, no puede obtenerse de manera inmediata sino a través de mediaciones entre los distintos momentos de la conciencia. Este “camino dialéctico” que se sigue es posible gracias a la negatividad, que surge, precisamente, para avanzar por los niveles de la conciencia. La negatividad es un concepto fundamental para entender el sistema hegeliano, pues muestra cómo es que del objeto de la conciencia natural se deriva una contradicción que, a su vez, será negada también, en favor de un nuevo momento que marcará la síntesis de ambos (síntesis del en-sí y del para-sí). Si bien a primera vista el término “negatividad” puede tener una connotación -valga la redundancia- negativa, lo cierto es que para Hegel la negatividad tiene una importancia positiva, pues la negatividad es la manera en que se pasa de un en-sí hacia un para-sí y, luego, hacia un en-sí-para-sí. Sin negatividad no habría Absoluto, pues se necesita de aquélla para superar y recuperar (lo que Hegel define con el término Aufhebung) los momentos anteriores al Absoluto. En ese sentido, acertada es la frase de Giovanni Reale, refiriéndose al pensamiento de Hegel: “Lo infinito [lo Absoluto] es lo positivo que se realiza mediante la negación de aquella negación que es propia de todo lo finito, es la eliminación y superación siempre activa de lo finito” (1). La negatividad es el motor que impulsa el movimiento dialéctico del ser-ahí hasta la conciencia absoluta.

La constante negatividad que nos lleva de un momento a otro hasta alcanzar el Absoluto, implica la superación de un momento de la conciencia por medio del momento que subsigue, es decir, del momento que niega o muestra las contradicciones del momento anterior. El momento especulativo del en-sí-para-sí es, además de tal superación, una recuperación de lo positivo del momento de la conciencia natural y del momento del para-sí; esta recuperación no habría podido lograrse sin la transición, por medio de la negatividad, desde el momento del ser-ahí hacia el momento del para-sí que contradice lo sustentado por el primer momento. Lo que aquí denominamos como “superación” y “recuperación”, Hegel lo manifiesta por medio de un solo término: Aufhebung (del alemán Aufheben). Dadas las dos denominaciones anteriores, las de “superación” y “recuperación”, podría pensarse en una ambivalencia cuya consecuencia sería la de una confusión debido a este exabrupto lingüístico; sin embargo, Hegel considera que los dos significados de Aufhebung son válidos para la explicación del proceso dialéctico. La superación del en-sí y del para-sí es una característica necesaria del Absoluto y, a la vez, el Absoluto tiene que haber recuperado los aspectos positivos de ambos momentos previos (superadas ya sus contradicciones): lo Absoluto, como infinito, tiene que contener (recuperar) los aspectos reformulados (superados) del en-sí y del para-sí.




1. Reale, Giovanni y Dario Antiseri: “Historia del pensamiento filosófico y científico” (Vol. III). Tres volúmenes. Tercera edición. Barcelona: Herder, 2001.




martes, 9 de diciembre de 2008

Alemania


Seré breve; mis circunstancias apremian. El insomnio trajo a mis manos un volumen de "El Anticristo. Maldición sobre el cristianismo", de Friedrich Nietzsche. Tras una bella y esclarecedora introducción de Andrés Sánchez Pascual, el prólogo reza lo siguiente: "Este libro pertenece a los menos. Tal vez no viva todavía ninguno de ellos" (1).

La curiosidad trajo a mis manos un volumen de "Mi lucha", de Adolph Hitler. Tras unas líneas en las que el autor narra el contexto en que este libro fue escrito, el prefacio dicta lo siguiente: "Este libro no está escrito para los extraños, sino para los adherentes al movimiento que pertenecen a él de corazón y desean ilustrarse a su respecto" (2).

Como el lector sabrá, mucho se ha escrito (y especulado) sobre la supuesta influencia que el pensamiento de Nietzsche habría ejercido sobre la doctrina nacionalsocialista. Por mi parte, espero aún esclarecer esta información. Ya se habrá dado usted cuenta del "parecido" que hay entre ambos fragmentos. Sería, sin embargo, irresponsable hablar de cualquier forma de plagio; habría que indicar dos puntos al respecto: primero, que persisten aquéllos quienes señalan que Hitler jamás leyó la obra de Nietzsche; segundo, que mientras el primer fragmento se nutre de un sentido filosófico, el fragmento de Adolph Hitler tiene un sesgo netamente político. Interesante es observar que frases similares puedan servir de sustento a fines diferentes y a posiciones que han de encontrarse separadas, como es el caso (algunas muchas veces) de la Filosofía y la política. Hitler no pudo ser el Superhombre; Hitler nunca siguió el proceso.




(1) Friedrich Nietzsche, "El Anticristo. Maldición sobre el cristianismo". Introducción, traducción y notas de Andrés Sánchez Pascual. Madrid: Alianza Editorial, 1993.
(2) Adolph Hitler, "Mi lucha". Traducción de Alberto Saldivar. Buenos Aires: Luz - Ediciones modernas, s/f.