Eran casi las seis de la tarde y el sol, ligero ya, aún permanecía; pero se podía apreciar la celeste y grisácea figura de la luna.
Caminaba, caminaba por aquellos pastos maltrechos y la muchedumbre andaba, andaba siguiendo su rumbo a ningún lugar, ignorando a los demás e ignorándose a sí mismos. Así, los moribundos rayos del astro acariciaron mi rostro vago, ido, lacónico. Fueron esas las luces que me hicieron recordarla. Estaba yo en ningún lugar.
Tal expresión solar era análoga a sus matices, que quedaron guardados en mi memoria; ese color luminoso, semejante a los atardeceres en Alejandría. ¿Qué podía ser yo sin ella? La había esperado tanto, tanto y ahora se había ido. ¡Qué cruel es esa metáfora a la que el hombre ha dignado llamar Destino!
Sí, es cierto. Había esperanzas. Pero eran pocas. Para mí, casi nulas.
Mirando esta nada radiante me ahogaba en pensamientos y recuerdos, mientras mi aliento se tornaba amargo, seco. Los recuerdos me asfixiaban, me ataban a vivencias pasadas. No me permitían avanzar.
Y odié en ese instante mi nihil alrededor, porque me hundían más en mis Infiernos, Infiernos a los que desde hace tanto estoy acostumbrado. Pero la costumbre no serviría para sobrevivir en este Tártaro. Y te recuerdo tanto, tanto que duele haberte conocido; haberte visto aquella vez, sonriente y envuelta en esa atmósfera etérea que había creado para ti. No te amé, pero ¡cuánto te hubiera amado!
Caminaba, caminaba por aquellos pastos maltrechos y la muchedumbre andaba, andaba siguiendo su rumbo a ningún lugar, ignorando a los demás e ignorándose a sí mismos. Así, los moribundos rayos del astro acariciaron mi rostro vago, ido, lacónico. Fueron esas las luces que me hicieron recordarla. Estaba yo en ningún lugar.
Tal expresión solar era análoga a sus matices, que quedaron guardados en mi memoria; ese color luminoso, semejante a los atardeceres en Alejandría. ¿Qué podía ser yo sin ella? La había esperado tanto, tanto y ahora se había ido. ¡Qué cruel es esa metáfora a la que el hombre ha dignado llamar Destino!
Sí, es cierto. Había esperanzas. Pero eran pocas. Para mí, casi nulas.
Mirando esta nada radiante me ahogaba en pensamientos y recuerdos, mientras mi aliento se tornaba amargo, seco. Los recuerdos me asfixiaban, me ataban a vivencias pasadas. No me permitían avanzar.
Y odié en ese instante mi nihil alrededor, porque me hundían más en mis Infiernos, Infiernos a los que desde hace tanto estoy acostumbrado. Pero la costumbre no serviría para sobrevivir en este Tártaro. Y te recuerdo tanto, tanto que duele haberte conocido; haberte visto aquella vez, sonriente y envuelta en esa atmósfera etérea que había creado para ti. No te amé, pero ¡cuánto te hubiera amado!