sábado, 24 de mayo de 2008

Hombre

Mientras leo la copia de un libro que estudia la magia y la brujería, sentado en un incómodo muro de concreto, un hombre anciano, de aspecto espantoso, de pantalones y chompa raídos y mugrosos, de barba descuidada y cana, con un par de anteojos un tanto oscuros, de zapatos gastadísimos y absolutamente ebrio, se me acerca tambaleándose y, casi balbuceando, me pregunta:

- ¿Qué lees?

Yo lo miro y, por causas que desconozco, le muestro una sonrisa, de esas que se forman con el solo movimiento en media luna de los labios, sin participación de los dientes. El viejo se queda parado ante mí. Pregunta:

- ¿Palabras? -silencia un momento fugaz y continúa- Esa palabra...

Mirándonos fíjamente, el viejo alza su brazo y, cual mago o asesino de demonios, posa su mano sobre mi cabeza. Aturdido, le digo:

- ¿Qué pasa?

El viejo me mira extrañado y, como si a través de él, Dios mandara un mensaje, como si quisiera salvar a su criatura que sabe rebelde, casi perdida para siempre, dice:

- Sólo una palabra te digo: fe

Mi mirada se posa nuevamente en él, antes de desaparecer en el horizonte, a lo lejos.