miércoles, 19 de marzo de 2008

I

Eran casi las seis de la tarde y el sol, ligero ya, aún permanecía; pero se podía apreciar la celeste y grisácea figura de la luna.

Caminaba, caminaba por aquellos pastos maltrechos y la muchedumbre andaba, andaba siguiendo su rumbo a ningún lugar, ignorando a los demás e ignorándose a sí mismos. Así, los moribundos rayos del astro acariciaron mi rostro vago, ido, lacónico. Fueron esas las luces que me hicieron recordarla. Estaba yo en ningún lugar.

Tal expresión solar era análoga a sus matices, que quedaron guardados en mi memoria; ese color luminoso, semejante a los atardeceres en Alejandría. ¿Qué podía ser yo sin ella? La había esperado tanto, tanto y ahora se había ido. ¡Qué cruel es esa metáfora a la que el hombre ha dignado llamar Destino!

Sí, es cierto. Había esperanzas. Pero eran pocas. Para mí, casi nulas.

Mirando esta nada radiante me ahogaba en pensamientos y recuerdos, mientras mi aliento se tornaba amargo, seco. Los recuerdos me asfixiaban, me ataban a vivencias pasadas. No me permitían avanzar.

Y odié en ese instante mi nihil alrededor, porque me hundían más en mis Infiernos, Infiernos a los que desde hace tanto estoy acostumbrado. Pero la costumbre no serviría para sobrevivir en este Tártaro. Y te recuerdo tanto, tanto que duele haberte conocido; haberte visto aquella vez, sonriente y envuelta en esa atmósfera etérea que había creado para ti. No te amé, pero ¡cuánto te hubiera amado!

miércoles, 12 de marzo de 2008

Aves

Dulce manar de las cuerdas
que osan irrumpir en el silencio
que impera en las dimensiones
de la sabiduría y la grandilocuencia,
como fugaces gorriones
de retorno al nido nuevo.

Son voces de ninfas aferradas
al bosque azul de los míticos sueños
que brindan la ilusión,
el deseo, la calma
tras el susurro inesperado
de las sempiternas maravillas que el hombre ha creado...

Carne

¿De pronto sientes algo
y no lo dices?
Perpleja tu boca fluye
sobre las montañas que al sol escoltan.
No hay más remedio para ese ardor
que manar. Manar.

Juntos saltamos los Tártaros...
¡apuramos en ocultarnos bajo Atlas!,

pero no hubo manera de burlar
a los jinetes de los mantos negros.

De sus voces estruendosas, un chillido;

cual martillo sobre el hierro, nuestros yunques destrozó.
Siete espadas, siete filos;
nuestra carne en putrefacción---


Resplandecimiento abstracto


Hoy he sufrido y estoy feliz.

Porque tras esta paradoja
se extinguió el velo de mi cuestión vallejiana.
¡No soy carne ni sólo huesos!

Las aves se alejan de mí.

Hoy he sufrido y voy feliz.

Porque tras este barro hecho vida...

¿Qué es la vida? ¿Qué es la muerte?

...ha surgido un triste y diminuto fulgor,
dios existencialista de mis pobres almas.
¿Quién comprende lo oculto
mientras permanece bajo la sombra secreta de Atlas?

Hoy he sufrido.

Sé que vivo muerto.