martes, 12 de agosto de 2008

Reencuentro

Hace unos días, urgando en algunos papeles que guardo regados por un rincón de mi cubil, encontré una serie de manuscritos míos, escritos aproximadamente hace unos seis o cinco años. Poemas acaramelados que escribía para aquellas niñas de la escuela, niñas de las que yo me "enamoraba" perdidamente, son lo que más abunda en este reencuentro con mi yo más joven. Poemas malísimos, cabe decir -excepto por uno 0 dos con alguna idea interesante, pero de todas formas mal confeccionados. Y sí: la vergüenza llegó al punto de querer quemar esos papeles; sin embargo me contuve, pues tal vez esos esperpentos servirían para recordarme una y otra vez que no sirvo para el arte poético. A pesar de lo dicho y de lo embarazoso que fue ese momento, encontré un escrito que me llamó la atención. Lo leí; no eran versos romántico-pueriles dedicados a alguna niña los que me encontré. Intenté recordar por qué había escrito eso, cuál era el fin de ese pseudopoema (creo que regresé a las invenciones léxicas; lo siento). Luego de un viaje fugaz a mis trece o catorce años, recordé. ¡Qué cosas no se nos ocurren cuando niños! Esos versos eran (ya no lo son, pues obviamente he abandonado esta empresa) el inicio de mi tentativa de urdir un poema épico. Seguramente influenciado por algún dibujo o una historieta élfico-medieval, me pensé capaz de crear una historia sobre, tal vez, caballeros, bestias divinas y qué se yo. Como dije, el papel sólo contiene el inicio de la historia, inicio que sirve como una introducción a lo que sería el argumento del pseudopoema. Sin embargo, lo que este preámbulo quiere decir es ya difuso tanto en la hoja misma como en mi memoria. Lo que es curioso, es que para ese entonces ya haya tenido conocimiento de lo que era el Valhalla. En fin, como en este blog por lo general escribo cosas sin importancia, reproduzco a continuación el bendito poema. No tiene título, encima de los versos sólo hay un dibujo de espiral.


Bajo las estrepitosas hojas
del bosque humano, salvación de Dios;
y sobre las cálidas brisas
que rodean la hierba, hermanos son,
yace sola, sola ante las fragancias,
la gris, leve y embalsamada crisálida.

En una noche roja, sin saber brotó.
Un ave, un bicho o tal vez un niño
la depositó en las hojas secas,
mientras la espada se mezclaba

con la carne despojada de los cuerpos
cuyas almas brindan ahora en el Valhalla.

O tal vez la creación divina
no introdujo su suerte a esta hazaña,
sino que fue el Destino,
dios nuestro, guerrero matutino,
responsable de este capullo
que servirá después como sepulcro.

Unos últimos comentarios al respecto. He sido totalmente honesto y he escrito los versos tal y como están en mi cuaderno escolar; excepto por algunas correcciones ortográficas, eso es lo que escribí, supongo, en un rato libre en la escuela. Tal parece que la historia iba a tratar sobre un héroe (no sé si humano, por lo de la crisálida) que o sería salvador de su pueblo o tenía una misión divina que cumplir o quién sabe qué. Hay cierta contradicción en lo que respecta a la idea de Dios (por un lado digo que Su salvación es la humanidad, que depende de ésta para ser concebido; por otro, parezco estar admirado de Su creación, lo que indica un cierto respeto hacia Él). Pero no creo que lo que escribí tenga la intención de apología del monoteísmo cristiano: por ahí escribo ya sobre un Destino como dios (sí, con minúscula esta vez) guerrero y matutino. Supongo también que la historia terminaría trágicamente: así lo expresan los últimos versos que hablan sobre un futuro sepulcro, acaso una muerte masiva. Las expresiones, a mi parecer, están llenas de barroquismo; algunas veces son incoherentes o innecesarias. Finalmente, luego de leer una vez más este escrito, me pregunto: ¿en qué demonios estaba pensando?

2 comentarios:

El Shulca dijo...

¡Qué fructífero ejercicio de arqueología de uno mismo, mi amigo! Nos empecinamos en juntar fotografías, videos, textos fragmentarios y demás para darle un soporte material a lo único que todos nos dedicamos a coleccionar con una avidez socialmente sancionada: recuerdos. Seguramente creemos que el darle algún tipo de materialidad a los recuerdos los volverá más sólidos, menos etéreos tal vez. Esto es, por supuesto, una tentativa inútil y desde siempre condenada al fracaso, pero no por ello menos humana. Somos humanos porque nos la pasamos conversando con un otro que somos nosotros mismos. Es de este ‘sentimiento’ de espontánea extrañeza de nosotros mismos, de esta admirable capacidad de decir refiriéndonos a una entidad ya extinta que somos y no somos nosotros y ambas cosas a la vez –y de allí el uso del verbo ‘fui’ que afirma y niega simultáneamente una continuidad-, de donde nace nuestra capacidad de ser humanos, de presentir la muerte y, cosa curiosa, el gusto por el leer. Porque cuando leemos absortos una obra literaria, eso me parece a mí, nosotros ‘fuimos’ los personajes que, de algún modo misterioso, son y no son. Probablemente esto sería mucho menos complicado de entender si en lugar de aferrarnos a la lógica aristotélica -que es excluyente por definición-, renunciáramos a la pretensión intolerable de preeminencia y dominio de aquello que se impone a nuestros sentidos. Entonces, entenderíamos que aunque no los podamos ver, todo lo que ‘fuimos’ ES –o sigue siendo- con nosotros. Y de paso, esto podría ser un paliativo –decir que una cura me parece por demás atrevido- para esa soledad ontológica que no solo nos aliena de nosotros mismos, sino que también amenaza con fragmentarnos en un archipiélago de innumerables recuerdos.

María Paula dijo...

Ok. Tengo que decir que, después del comentario de "El Apu", cualquier montón de letras que escriba acá se quedará chico. Pero, bueno, haré lo que pueda... y siempre muy fiel a mí estilo.

A mí también me gusta leer cosas antiguas que escribí hace tiempo. Es una manera fascinante de encontrarme con un "yo" que aún existe dentro de mi represenatción del mundo.

Saludos (: