domingo, 2 de noviembre de 2008

Artificios

Tristeza. La nomenclatura de este sentimiento, tan violado e incomprendido por estos días, es el primer síntoma que acude a mi pensamiento cuando reflexiono un poco sobre este "problema" que en las líneas siguientes trataré de esbozar. Digo que trataré porque dudo poder exponer adecuadamente la materia de mis cavilaciones recientes.

Con el transcurrir de los días, siento que la desaparición de la Naturaleza se agudiza. No porque el mundo se esté acabando, sino porque es mi miopía la que también siento agudizarse. Desde hace unos años, casi sin darme cuenta, las cosas tienden a difuminarse ante mis ojos. La personas, los lugares, las estructuras: todo se vuelve confuso. Como dije, al principio no noté plenamente esta compleja situación; ahora, es algo que por momentos motiva algunas meditaciones desesperadas. Si no fuera por las debidas refutaciones formuladas para apaciguarlo, acaso confiaría en Descartes, a modo de consuelo. ¡Qué satisfacción la de obviar lo que perciben mis sentidos -mi vista- por ser estos engañosos y por no llevarme al conocimiento de la verdad! Con mayor razón me encomendaría en el pensamiento cartesiano tratándose de no confiar en lo que percibimos a lo lejos, pues con lo cercano aún no tengo muchos problemas. Aval para el conocimiento o no, el hecho es que ya no puedo percibir mi entorno como debiera hacerlo una persona cuya visión se encuentra en perfecto estado(*). Sí, existe un artefacto. Poseo uno. Pero, ¿podrá comprenderse cuán incómodo y patético es utilizarlo? Cierto, lo último habla sólo por mí; si el resto que usa anteojos toma esta situación -que detesto- de manera indiferente o normal, pues es su respetable opinión -la cual, no comparto. No puedo andar del todo tranquilo sabiendo que para observar los sucesos que se alzan frente a mí, tengo que utilizar dos pedazos de resina unidos; o que para dejar estos engaños tengo que someterme a una operación: es angustioso darse cuenta de que no podré observar plenamente mi entorno, de manera completamente natural. No soy ciego, es categórico; acaso ya se me está acusando de fatalista por hacer de una miopía, una tragedia edípica. Pero considero necesario, en cierto sentido, reflexionar así.

"No importa, no te pierdes mucho", diríame alguien. Poco o demasiado, esta realidad (es decir, la Naturaleza y los momentos actuales) es la que me ha tocado vivir, y es insoportable no poder disfrutarla o aborrecerla cabalmente, en todos sus aspectos.

Una vez pensé en elegir: la vista óptima o la ceguera. La miopía es un limbo entre ambos estados que me es incluso más trágico que la ceguera total. Si no puedo observar el mundo nítidamente, prefiero no verlo en absoluto. Pero, como optar por tal elección significaría recurrir a una solución radical y que, en cierto modo, podría llevarme a un dogmatismo infeliz, tengo que optar por resistir: resignarme a llevar un objeto sobre mi nariz cuando sea completamente necesario -porque me rehuso a usarlo permanentemente.

En estos momentos estoy recordando a un par de honorables ciegos, a Demócrito -según cuentan- y a Borges. Del primero, hay una leyenda que podría explicar el sentido de la elección anterior: se arrancó los ojos para no ser engañado por el mundo. Prefiero lo que cuenta Cicerón en sus "Disputaciones tusculanas", que, aunque ya no podía "distinguir el blanco del negro; podía aún, sin embargo, distinguir lo bueno de lo malo, lo justo de lo injusto, lo honesto de lo torpe..." (1); que, a pesar de no distinguir ya el mundo, era feliz. Decía Demócrito, incluso, que "peregrinaba por todo el infinito, sin que ningún límite lo detuviera" (2). Por otro lado, dice Borges, en su conmovedor "Poema de los dones": "Nadie rebaje a lágrima o reproche / esta declaración de la maestría / de Dios, que con magnífica ironía / me dio a la vez los libros y la noche" (3). ¡Qué tortura la de tener a disposición toda una serie de libros, y no poder leerlos a causa de ese déficit!

No creo llegar a la ceguera total, al menos eso espero. Y si me quedo totalmente ciego (seamos, pues, un poco radicales), espero haber acumulado previamente el suficiente conocimiento del mundo como para poder elaborar imágenes infinitas en mis pensamientos (entonces) oscuros. Supongo que aún podría escribir: sólo necesitaría papel, lápiz y un pulso controlado. A menos que la ironía de Dios se extienda hasta el punto de derretir paulatinamente mis manos y, finalmente, mi cuerpo todo.





(*) Para no incurrir en el problema de la Perfección, sería mejor limitarme a decir "visión en condiciones óptimas"; sin embargo, dejo la frase original por suponer que el lector comprenderá a qué me refiero con ella.
(1) "Los filósofos presocráticos. Fragmentos III (Leucipo y Demócrito)". Traducción de María Isabel Santa Cruz de Prunes. Barcelona: RBA, 2003.
(2) Ibid.
(3) Jorge Luis Borges, "El hacedor". Madrid: Alianza editorial, 2004



1 comentario:

El Shulca dijo...

La primera noble verdad del Buda es "Todo es sufrimiento". Y yo creo que esa es una verdad indudable. Pero no toda la verdad, no toda... Intentaré responder a esta opresiva cuestión desde la cima de mi montaña vacía... Entretanto, puedo decirte con sinceridad que comparto tu tristeza aunque, como te comenté anteriormente, yo experimento la mía con unos matices, digámoslo así, más metafísicos... El vacío está comenzando a bullir: algo está en camino. :-O