domingo, 8 de febrero de 2009

Charlot

Cuando Charlot escapó furtivamente de un campo de concentración, gracias a su "parecido" con el tirano Hynkel, y suplantó por cuestiones del azar al dictador de Tomania; en ese momento, debimos haber escuchado.

El discurso de Charlot (esta vez como un barbero judío y amnésico que participó, sin recordarlo ya, en la primera guerra mundial) es un llamado a una rehumanización del hombre. La ciencia, las máquinas, la industria, han contribuido fatalmente a nuestra maldición -a pesar de haber sido concebidas, en principio, como medios para nuestro desarrollo en tanto humanos. La evolución se vio desplazada en favor de la avaricia, las ansias de poder, de dominio; el hombre somete al hombre, otra vez -aunque con nuevos medios.

Sus palabras nos piden reflexión. En medio de una nueva guerra -acaso la más brutal de los últimos tiempos- ese pedido fue poco escuchado, casi ignorado. ¿Se mantiene su propuesta?

Ahora, luego de sesenta y nueve años de haber sido pronunciado, escucho el discurso de Charlot y no puedo evitar preguntarme, ¿cuándo escucharemos realmente ese llamado? ¿Podremos escucharlo? Y es que al presenciar una masacre parecida a la ocurrida durante la última guerra mundial; cuando una señora poderosa -toda una "fama", ella- se atreve a decir descaradamente que espera que el holocausto contra su pueblo ocurrido hace cincuenta años no vuelva a ocurrir, mientras sus tropas asediaban una ciudad llena de inocentes, asesinándolos sin consideración alguna: en medio de este contexto maldito -que algunos piensan está a punto de acabar-, no puedo concebir que las palabras de Charlot hayan sido atendidas.

¿Hacerle caso a una ficción? No. Es que el discurso ya no es sólo de Charlot, el personaje, sino de Chaplin, el hombre. Ese discurso es del hombre, de la humanidad que espera. El hombre llama al hombre, pero éste no escucha; está enfermo y no dispone aún su recuperación.








1 comentario:

El Shulca dijo...

Es interesante lo que declaras al final: el hombre está enfermo. Para algunos, el hombre no sería más que un animal enfermo, pero si retomamos una frase de tu texto que define magníficamente bien la naturaleza del problema -“El hombre llama al hombre, pero éste no escucha-, entonces esa respuesta no puede resultarnos del todo satisfactoria. Ese es el meollo de la cuestión: el que la “enfermedad” del hombre de hoy no consiste ni siquiera en una falta de conocimiento del humanismo y de sus nobles ideales, sino de humanidad (de aquello que teóricamente lo diferencia y separa ontológicamente de los demás seres) y de la sensibilidad y del interés en ella suficientes como para sentirse interpelado “por aquello que es en los otros y que también soy yo mismo”. Somos sordos, ciegos; lo cual en la jerga mística de Oriente significa que estamos dormidos y todavía nos falta mucho para llegar a la iluminación a gran escala. Es que el proceso que conduce al despertar no es un proceso mecánico como aquel otro que da origen al odio y que se manifiesta en la evidente incapacidad del hombre de hoy de responder el llamado que él mismo se hace; es decir, como un daño a la fibra misma de la humanidad del hombre. Así pues, aunque suene a tautología, sería correcto afirmar que el hombre es un hombre enfermo.