lunes, 30 de noviembre de 2009

Últimos apuntes


Sólo ahora, tras la lectura de esas líneas, comprendo la gravedad de la situación en la que estaba Alonso. Nunca me quiso referir con exactitud su hazaña teórica; nunca, porque la supo fútil e incoherente desde un comienzo. ¡Pero cuán ilusionado y obsesionado estaba con sus tentativas! Ya no recuerdo bien aquellos años en que leíame sus versos, que no enseñaba a nadie por pensarlos faltos de comunicabilidad. Alonso era muy oscuro al escribir -pero quien conozca las preocupaciones y angustias que entonces lo acongojaban, podrá valorar la belleza de sus pensamientos y de sus palabras. Todas esas creaciones han desaparecido; no sorprendería que en esta desaparición, Alonso hubiese sido un factor crucial. Cuán desconfiado de sí solía ser.

Ya no lo recuerdo como el tímido poeta ignorado (o que quiso ser ignorado). Sólo tengo la imagen de ese pensador incontrolable, aquél que por culpa de un fugaz momento de supuesta epifanía abondonó su vida en favor de unos postulados que ahora todos conocen por absurdos. Tal vez el resto lo condenó por su pasado creador. Ahora, en estos precisos instantes, bajo la apariencia de un modesto homenaje, es motivo de comidillas intelectuales y sentencias injuriosas.

Sólo he encontrado un pequeño fragmento, tal vez introductorio, de la obra que se propuso realizar, escondido entre los restos de su habitación en Lima y junto a un pequeño tomo de Mallarmé. Lo que escribió es casi incomprensible:


Problemática del ser-persona

La comprensión de la realidad y de su sentido, ha de partir de un conocimiento primario que puede sustentarse desde dos perspectivas. Una, que es metafísica y se refiere al estudio del ser como posibilidad primaria de conocimiento de la realidad y su sentido; otra, que es psicológica y se refiere al ser ya no como ente metafísico, sino como individuo que se interpreta desde el estudio de la personalidad. Sin embargo, ha de reconocerse que entre ambas perspectivas una es más fundamental que la otra, pues el estudio del Ser es un estudio que va hacia un estado puro y trascendental del objeto que se estudia; por su parte, una teoría de la personalidad no puede realizarse como estudio de la pureza del objeto, pues al hablar de una personalidad nos referimos siempre a una personalidad del individuo –es decir, a una personalidad del Ser, a uno de sus modos. Por lo tanto, un estudio de la personalidad, como punto de partida, no nos lleva sino hacia una psicología metafísica o, más bien, a una psicología ontológica –con las salvedades que estos términos puedan suscitar.


No son los términos alambicados ni la semántica caótica los que hacen de este texto algo incomprensible, pues no son estas sentencias meros juegos teóricos ni retóricas filosóficas sin valor. Lo increíble está en el alto grado de verdad, de verdad absoluta, en que, al parecer, Alonso tenía a esta concepción de la realidad. Esa verdad, pensó, valía la pena del sacrificio de todo lo mundano; la especulación se convirtió en un deber casi divino.

Me gustaría no haberlo visto la semana antes de su muerte. Pensé que mi visita terminaría con los remordimientos, que surgieron al sospechar que estaba abandonando a un amigo. La privación del juicio no le permitió reconocerme; a mí, en cambio, no me dejó reconocerlo con inmediatez el estado deplorable de su aspecto, de su cuerpo enfermo (casi tísico), y la mirada perdida en una esquina del techo despostillado. No volví a verlo sino hasta ayer, antes de que lo llevaran al cementerio. Sólo Sonia, su desdichada esposa, quien da gracias a Dios por la desaparición de los trabajos de Alonso; sólo Sonia y yo
estuvimos ahí.







miércoles, 18 de noviembre de 2009

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No es tan difícil ser amable, sólo que provoca angustia. Mira, con el tiempo se logra, duele un poquito -pero sana. Así dicen. Sana. Sarna. ¿Sana la sarna? Maceta de flores, han dicho cerca al hogar, porque Oquendo de Amat cree que el paisaje es verde como el limón y se parece a una pelota de golf. Hay que tomar un poco de deporte y saborear el smog con una pizca de vieja Lima y dulce lima. El Museo de Arte Italiano allende al Centro cívico cuando Valdelomar se quejaba del gordo que le manchaba el paisaje porque las casas del Paseo colón quieren ser Viena. Flaubert, Flaubert. No... Balzac! Otra vez de regreso del poema cuando París cambia al sonido del timbre. Sugiere, pues, amigo. ¿No ves que el limeño cree su criollada como un vals vienés? Somos corte, pues... corte virreinal. Y qué pasó con Lautreamont! Aquí está Adam, el ish sin ishsha. Algo parece París y ahora parece Viena jugando a las cartas con el campo de Marte, cuando el mostrenco pajarito azur sueña paisajes antiarchiultramegaitalianos. Bicicletas que se acostumbran a leer a Rosseau, que se sube en una para pronunciar discursos a los enanos que tienen máquinas de cocer maíz y algodón como máquinas guillotinescas. Cambios de letra que explica bien el muy buen olor. Juego visual del paisaje? Ya opinaste, hosca y agria Rita? He perdido mi olfato, así lo ha querido un González vigía. Martes, perdidas las 12 y 50 del medio mediodía. Semillas tienen que reproducirse más rápido. Dentro de poco me devuelven mis metros en contacto con la naturaleza artificial. Este perro sarnoso que no es visual. Se acaba, se acaba. "¡Ay mísero de mí, y ay, infelice!" Calderón. Colofón...








martes, 10 de noviembre de 2009

(*)


Tras unos versos furiosos, escritos más bien por impulsos salvajes o de desquite, decidí salir del campo. Había impotencia (que siempre se hace presente en estas ocasiones), confusión (que siempre se hace presente en estas ocasiones), un poco de odio (que siempre llega tarde en estas ocasiones); cada paso me dolía.

Antes de regresar al cubil, quise ir por unos paleativos. De manera muy vaga, pude ver que fuera del campo unas señoras recolectaban dinero para no sé yo qué causa. Las ignoré, ensimismado en reflexiones acerca de esos versos tan nuevos por fieros y tan no míos. Yo los había escrito, aunque nunca pensé escribir por desfogue. Me había traicionado un poco a mí mismo.

Conseguí lo que quería y me propuse regresar a casa. Pero, casi sin darme cuenta, como movido por un agente externo o (si se quiere) por lo inconsciente, me vi colocando unas monedas en la urna de las señoras que pedían dinero para no sé yo qué causa. En retribución, ellas me pusieron una figurilla en la camisa -indicador de mi colaboración. Me alejé tras quitarme la calcomanía; la tuve en mi mano hasta luego de una cuadra. Prendí mi paleativo, aún pensando en mis anteriores versillos, y entonces vi la figura que todavía guardaba entre mis dedos. Tenía un mensaje. "Dulces son tus palabras".

Me pregunto ahora si este comunicado no fue también maniobra de
aquel viejo que me habló de la fe. Séalo o no, me resulta al menos un contraste que va más allá de lo que me permite la lógica.






(*) Resurrección: Otra vez, se ha ido mi alma.
Puedo volver a escribir.