Je est un autre
A. Rimbaud
Es la tarde y, sin embargo... Es ya tarde; no hay estrellas en el gris de las nubes. Todo está muy quieto, muy callado. Extrañado, me doy cuenta de que guardo todavía un poco de esperanza. ¿Y es realmente esperanza? ¿No es acaso una absurda obstinación para con un imposible? ¿No es acaso una enfermedad, una aberración? No vendrá. No.
Atrás ha quedado mi antiguo andar en el mundo, mi manera de vivir. Atrás quedaron también los pocos que me rodeaban, y la familia restante. Y atrás también quedé yo mismo. ¡Qué increíble me es todo esto! ¿Dónde quedó el intelectual descreído, que tantas veces exaltó su seguridad respecto de lo que era la vida, apreciada con severa objetividad? ¿Dónde el rechazo de los sentimentalismos exacerbados? ¿Dónde mi autosuficiencia, mi extraño solipsismo?
Una mirada puede trastornarlo todo. Una vez, un materialista casi empedernido; ahora, un miserable que sospecha del alma, de su existencia. Porque es el alma aquello que, casi satisfactoriamente, explica el regocijo interno (una sensación que ahora creo va más allá de ciertos procesos físicos y cerebrales) que experimento al recordar mis pocos y breves encuentros con Antonella. ¡Cómo se embelesa mi vida, cómo los objetos emanan un fulgor extraordinario cuando sus ojos se posan sobre los míos y me habla con aquella voz tan suave y armoniosa! ¡Cómo su presencia me significa la superación de toda tragedia! ¡Cómo la amo en esos instantes!
Es ya tarde, tal vez muy tarde.
Antonella no vendrá. No tiene por qué venir. ¿En qué estaba pensando al creer que vendría? ¡Infeliz! ¡Qué débil me siento, cuán patético! Amar a Antonella es casi una maldición que se vive y se sufre con resignación.
¡Qué estúpido es todo esto! ¿Resignación? ¡Cuán no yo soy ahora! Y lo más horrendo es que tal vez ahora sea realmente yo.
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Finalmente entiendo. Finalmente me he encontrado. Ahora debo regresar. Sólo queda esperar en silencio, sin exigir nada. No falta mucho para terminar mi camino, pero cuán lejos me parece estar el fin de todo. Regreso a mis estancias, que ya no lo son; regreso..., ¿a qué? ¿Adónde he de regresar? Todo ha quedado atrás. Aunque desde distancias inconmensurables, es Antonella la única a quien puedo ver frente a mí -su imagen tan bella, tan ideal, tan simple. Sólo ella puede estar entre el final y yo. ¡Qué solo se está en el mundo y qué lento el andar del tiempo!